CONFERENCIA. Información de la defensa que hicieron los de Jumilla cuando el levantamiento de los Moros de Granada, año de 1570

Conferencia publicada en la Revista de la Asociación de Moros y Cristianos de Jumilla, año 2006

ASOCIACIÓN MOROS Y CRISTIANOS, SEMANA CULTURAL año 2006

INFORMACION DE LA DEFENSA QUE HICIERON LOS DE JUMILLA CUANDO EL LEVANTAMIENTO DE LOS MOROS DE GRANADA. AÑO DE 1570.

 Señoras, señores:

Estoy encantado de estar aquí con uds. atendiendo la amable invitación que me cursaron los amigos de la Asociación de Moros y Cristianos. Cuando un historiador debe disertar sobre un tema acerca del cual es competente, tiene ante si dos caminos; uno, abarcar un periodo largo de tiempo y trazar un cuadro general, es decir primar la divulgación, aunque sea tomando como base sus propias investigaciones. Esta fue la opción que elegí hace algún tiempo cuando mi amigo el sr. D. Manuel Alonso me invito a dar una conferencia en el casino de Jumilla. Aquel día vimos una panorámica sobre la evolución urbana y social de nuestro pueblo a lo largo del siglo XV y principios del siglo XVI.

La segunda vía es dar a conocer algún suceso o hecho singular hasta ahora desconocido o poco valorado, y profundizar en él con un gran apoyo documental. Esta es la opción elegida para esta tarde, aunque ello exija un poco más de esfuerzo y concentración por parte de uds.

Voy a disertar sobre el papel que desempeño la villa de Jumilla cuando se produjo el levantamiento de los moros de Granada en los años 1569 y 1570. La base documental es este cuadernillo, cuyo original tiene 19 folios escritos por ambas caras en la apretada letra procesal propia de aquella época. Este documento se encontraba en el archivo de los duques de Frías, junto con otros muchos fundamentales para la historia de nuestro pueblo. Aquí daré a conocer las noticias más importantes que nos facilita, pero si alguno de uds. lo quiere leer entero me lo dice y yo se lo presto con gusto.

 Hace unos años, cuando se produjo el fallecimiento del viejo duque, sus herederos, acogiéndose a las leyes que versan sobre estas cuestiones, optaron por ceder el archivo histórico de la familia al Estado como forma de pago de los impuestos que gravan las sucesiones. Y es así, como estos fondos documentales fundamentales para el estudio de la historia de España son accesibles para el investigador.

En Jumilla soy la única persona que los ha estudiado a fondo, y fruto de ello fue la publicación de mi libro “El señorío de los marqueses de Villena sobre la villa de Jumilla (siglos XV-XIX)”, que pienso que todos uds. conocen.

Los duques de Frías fueron los herederos de los marqueses de Villena a fines del siglo XVIII, y por tanto fueron los últimos señores de Jumilla hasta que en el siglo XIX las revoluciones liberales dan por abolido el régimen señorial. Las familias nobles eran igual que las plebeyas, el azar o el infortunio hacían que se extinguiesen biológicamente, y sus inmensos estados señoriales iban a caer en manos de lejanos parientes.

Comienzo mi disertación con unas notas generales sobre política, sociedad y religión que nos den el contexto adecuado para enmarcar aquellos hechos. Hubo un tiempo en la Edad Media donde se pudo pensar que España sería musulmana, muchos lugares de la península permanecieron bajo el poder musulmán durante casi siete siglos. Por lo tanto puede decirse que estas gentes formaban parte de España tanto como la población cristiana o la judía.

La Reconquista cambio todo esto. Al final con la caída de Granada en 1492 desaparece el poder político musulmán y los moros dejaban de existir como nación, pasando a ser minoría dentro de un país cristiano. Como súbditos musulmanes de un rey cristiano se convirtieron en mudéjares. Los términos de la rendición de Granada fueron generosos con los vencidos, los mudéjares recibieron garantías de que podrían conservar sus costumbres, sus propiedades, sus leyes y su religión, y aquellos que desearan emigrar tenían permiso para hacerlo.

El primer arzobispo de Granada fue Hernando de Talavera, y como tal, estimuló las conversiones a través de la persuasión, la caridad, el respeto a la cultura mudéjar y el uso del árabe como lengua litúrgica. Pero el avance era lento y en 1499 Cisneros pidió permiso a los Reyes Católicos para poner en marcha una política más dura.

A partir de ese momento se produjeron bautismos en masa, lo que provoco una revuelta general de los mudéjares. Una vez sofocada, los mudéjares granadinos fueron convertidos sistemáticamente. Y en 1501, de forma oficial se declaro que Granada se había convertido en el reino de los moros cristianos: los moriscos. Retengan uds. estos dos conceptos: mudéjar, moro que mantiene su fe musulmana, súbdito político de unos reyes cristianos, y morisco, moro convertido al cristianismo a la fuerza. Se les concedió igualdad legal con los cristianos, pero se les prohibió portar armas y se les sometió a una presión constante para que abandonaran la cultura de su raza. Los decretos dictados para los moros granadinos se extendieron a toda Castilla. Y con estas conversiones, el Islam desapareció del territorio castellano, aunque siguió siendo tolerado en la Corona de Aragón. Se repetían los pasos que se habían dado antes con los judíos, y se daba origen a un nuevo problema en el seno de la estructura de la sociedad cristiana, el de los moriscos.

La Iglesia y el Estado estaban convencidos de que se debía impulsar un proyecto apropiado de evangelización. Sin embargo, los intentos misioneros resultaron infructuosos. Cuando en 1526, Carlos V, paso en Granada su luna de miel, fue informado de que “los moriscos eran muy finos moros: veinte y siete años habían que eran bautizados y no hallaron veinte y siete dellos que fuesen cristianos ni aun siete”.

Rendían culto a su religión, practicaban la oración, los ritos y las abluciones y fortalecían su fe a través de sus sacerdotes, los alfaquíes. Además, en el trato cotidiano con los cristianos viejos había irritación y conflicto a causa de las vestimentas, el lenguaje, y sobre todo, la comida. Los moriscos sacrificaban a los animales que comían con un ritual especial, no comían carne de cerdo (que era la que se consumía más frecuentemente en España) ni bebían vino, y lo cocinaban todo con aceite de oliva, mientras que los cristianos utilizaban mantequilla o manteca, se sentaban en el suelo, comían cuscús, se bañaban etc. En general, los moriscos sentían un tremendo rechazo por las doctrinas de la Trinidad y de la divinidad de Jesús, y sentían gran repugnancia por el sacramento del bautismo. Lo mismo sentían por la penitencia y la eucaristía, por lo que la irreverencia de los moriscos en la misa se hizo proverbial.

Como decía antes, Carlos V paso su luna de miel en Granada en 1526. Allí tuvo ocasión de vivir personalmente el problema morisco. No cabe duda que la admiración que le produjeron los testimonios en piedra de la cultura nazarita, a través de las edificaciones de la Alambra, ayudaron a su cambio espiritual frente al morisco. Carlos V decidió suspender toda la legislación represiva por un plazo largo de cuarenta años.

La comisión que estudió sobre el terreno el problema dictaminó que al resultar infructuoso cualquier intento de captación del morisco viejo, había que aplazar los edictos, esperando ganar a las nuevas generaciones. Cuando rebrote de nuevo el problema, ya el país ha cambiado de monarca, como cambiaran las cosas en el ámbito mediterráneo.

En 1566 expiraba el plazo dado por Carlos V, y su hijo no quiso o no supo, seguir la línea paterna de trato transigente. Pero para ser más exactos habría que enclavarlo todo en las coordenadas de la historia espiritual y política de los años sesenta. Recordar, por ejemplo, que es por entonces, cuando se celebran las sesiones de la tercera y última etapa del Concilio de Trento, en las que destacan un obispo español, el arzobispo Guerrero, el cual era , precisamente, el que regía la diócesis granadina. Así pudo reprocharle el papa Pío IV, que casaban mal tanto celo en el Concilio con los pocos avances que conseguía la fe en su Archidiócesis. De ahí nace el impulso espiritual, que Guerrero transmitió a su soberano y que los anclo en el propósito de cambiar el panorama religioso granadino.

En Granada, el concilio provincial pidió que se adoptaran medidas radicales, y el primer ministro de Felipe II, el cardenal Espinosa, estuvo de acuerdo. Las tensiones y los conflictos eran sobre todo intensos en el más islámico de los territorios moriscos, Granada. Toda la legislación represiva se puso de nuevo en vigor por una Pragmática de enero de 1567 promulgada en Granada.

Por fin, las tensiones acumuladas durante dos generaciones explotaron finalmente en la revuelta que comenzó la Nochebuena de 1568 en Granada y que pronto se extendió a las Alpujarras. Fue una guerra salvaje en la que se cometieron atrocidades por ambos bandos, y la represión militar fue brutal. Fue la guerra más despiadada que hubo en Europa en aquella centuria. Felipe II quedo sobrecogido ante las masacres de sacerdotes llevada a cabo por los rebeldes. Por su parte, los moriscos sufrirían atrocidades indescriptibles.

Antes de continuar, piensen uds. que cualquier juicio que formulemos desde el pensamiento actual, comete el error de no tener en cuenta los valores que entonces imperaban. Dentro de siglos, probablemente, al emitir juicios sobre nuestro tiempo desde valores que serán sin duda distintos, seremos objeto de sentencias negativas.

No vamos a hablar aquí de campañas militares. Baste decir que el propio hermano del rey D. Juan de Austria tuvo que ponerse al frente del ejecito cristiano para obtener la victoria. Lo que nos interesa es conocer el papel que desempeñó nuestro pueblo en aquella contienda, como sufrió la retaguardia cristiana aquella guerra.

Y para ello, volvemos a nuestro cuadernillo, que en la practica es un juicio de residencia que el licenciado Figueroa, del Consejo del marqués de Villena, impuso a los alcaldes de Jumilla y al alguacil mayor, para averiguar cual había sido su actitud en el año anterior. El juicio de residencia se efectúa el 12 de enero de 1570, y los alcaldes enjuiciados eran Pedro Tomás, de 65 años de edad, y Pedro Abellán, de 60, ambos sabían firmar. El alguacil mayor era Alonso Herrero, de 40 años, y no sabía firmar. Aparecen otros muchos personajes jumillanos pero en calidad de testigos.

La primera medida que se adopto en Jumilla tras el levantamiento moro fue ordenar un alarde, es decir, la concentración y recuento de todos los hombres útiles para ir a la guerra con las armas que poseyesen. Se contaron 400 hombres en total, con un armamento de lo más variopinto, armas de fuego había unas 70 entre arcabuces y escopetas, pero lo que más abundaban eran herrumbrosas armas rescatadas de las cámaras de las casas: espadas, ballestas, lanzas, lanzones, rodelas, etc. Todas ellas inservibles para la guerra del siglo XVI. Las rodelas, por ejemplo, eran unos escudos redondos y delgados que embarazados en el lado izquierdo cubrían el pecho. Este tipo de armas eran una especie de recuerdos de familia con las que se ilustraban viejas historias que se contaban al calor de la lumbre. Imagínense uds. el alboroto que se formaría y el esfuerzo que supondría para alcaldes y regidores sacar a toda aquella gente de su quehacer cotidiano en sus campos , y formarlos  en la plaza de Arriba.

Por aquellos años, Jumilla contaba con 600 vecinos, el concepto de vecino hay que entenderlo como unidad fiscal, no como persona física, por lo cual la población total de Jumilla ascendía a unas 3.000 personas.

Ante aquella pobreza de armas de fuego, el concejo jumillano no se amilana y envía a un regidor, de nombre Juan Ruiz, a Alicante, a comprar a un mercader genovés 200 arcabuces a 45,5 reales la unidad puestos en Jumilla. Esta compra de armas se enredaría, el genovés los trae por el puerto de Cartagena, y allí el proveedor de la armada real embargaría el cargamento, pues sospechaba cual podía ser el destino final de los arcabuces. El concejo jumillano despacharía al licenciado D. Benito de la Torre, entonces un joven sacerdote, con toda la documentación necesaria al caso, para desembargar las armas y traerlas a Jumilla.

Aparte de este asunto, el concejo jumillano no adopto ninguna otra medida. Y a título individual unos 30 vecinos de Jumilla se alistarían voluntarios en el ejercito real que en la zona de Murcia y Almería mandaba el marqués de los Velez. Tendrían tiempo de arrepentirse de su decisión, a finales del año 1569 habían muerto la mitad, y los otros volverían traumatizados.

Muchos años después de la guerra encontramos ecos de ella. En 1601, Pedro Jiménez en su testamento nos dice que siendo joven estuvo en la guerra de Granada luchando contra los moriscos, y viéndose en cierta ocasión en grave peligro de perder su vida prometió si se salvaba dar 30 ducados para ayudar a casarse a pobres huérfanas de su linaje. Pues bien, ahora era el momento de cumplir aquella promesa formulada treinta años atrás. Debían ser ayudadas tres doncellas a 10 ducados cada una que no fuesen sobrinas carnales.

La guerra parecía algo lejano, y los voluntarios que se habían enrolado eran los elementos más inquietos y alborotadores del pueblo, por lo cual fuera de sus familias nadie se acordaba de ellos.

Sin embargo, un suceso ocurrido el día de san Juan recordaría a los jumillanos la guerra que se libraba en Granada. En la hoya de Pero Aznar, en la partida del Aljibe, estaban segando Lorenzo Hernández y sus hijos con algunos jornaleros, cuando avistaron a cuatro moriscos valencianos que al resguardo de la sierra del Buey buscaban un camino que les llevase hacia el valle de Ricote, para desde allí dar el salto hacia Granada. Recuerden que los moriscos de Valencia y Aragón no se habían sublevado, pero simpatizaban con la causa de sus hermanos de raza y religión, y en pequeños grupos emprendían un viaje largo y lleno de peligros hasta llegar a Granada. Pues bien, Lorenzo Hernández y sus hijos, consiguen tenderles una emboscada y apresarlos. Eran cuatro hombres armados con espadas y ballestas.

Imaginen uds. la entrada triunfal que harían en Jumilla. Enseguida llegarían ordenes del Santo Oficio de la Inquisición de Murcia para su traslado a la capital del reino para ser juzgados sumariamente.

La hoya de Pero Aznar es el paraje que hoy conocemos como la Macolla. Este dato se lo debo a mi amigo el profesor jumillano D. Antonio Navarro. Los alcaldes de Jumilla en su descargo jurarían que ningún otro grupo de moriscos se había infiltrado por el término jumillano. Pero cuesta creerlo, en aquella época casi nadie vivía en el campo de forma continua fuera del tiempo de cosechas. Y el eje de penetración de los moriscos al abrigo de sus faldas lo guardaban las sierras del Buey, Carche y Pila, donde no había ningún núcleo de población estable. Y además, cuando acaba la guerra, el camino se invierte, ahora eran los derrotados moriscos granadinos los que intentaban llegar a tierras valencianas para refugiarse entre las amplias comunidades moriscas allí asentadas.

Y que mejor prueba de este movimiento continuo de pequeños grupos de hombres armados, de la inseguridad ambiental que dominaba todo el oriente jumillano, que la torre del Rico, casa fuerte que se levanta por estas fechas, situada justo en el epicentro de esta ruta, construcción totalmente atípica en los campos jumillanos, erigida por la familia Rico. Un linaje, un tanto misterioso, por cierto, esta familia era de las pocas que vivían en el campo, apenas iban por Jumilla, y a pesar de ser propietarios de tierras y ganados, nunca mostraron interés por acceder a cargos públicos en el concejo, ni los vemos integrarse en cofradías.

Conforme la guerra se acentuaba, las molestias para la villa de Jumilla se fueron acrecentando. Unas veces eran compañías de soldados que hacían escala en Jumilla, y había que hospedarlos en las casas de los vecinos y alimentarlos; en otras, eran servicios de escolta, como cuando hubo que formar una compañía de 50 arcabuceros para proteger 15 carros de pólvora que iban camino del campo del ejercito real. En este caso la orden iba firmada por el propio D. Juan de Austria. En otra ocasión hubo que enviar ocho carros de harina con toda urgencia al puerto de Cartagena. Además, le repartieron 37 bagajes al mes durante tres meses. Un bagaje era una bestia de carga que se tomaba en los pueblos a la fuerza para portear equipo militar. Todos estos servicios suponían para el concejo un esfuerzo económico extraordinario, que se evaluaría en más de 600 ducados, para lo cuál hubo que echar mano de todos los recursos que había en la villa.

 Desde luego, sería un año que tardarían en olvidar los alcaldes de Jumilla. El momento más peligroso se dio en el mes de septiembre, cuando el licenciado Molina, alcalde de Corte de Granada, se presenta en Jumilla, y exige se forme en el acto un escuadrón de 150 hombres para enviarlos inmediatamente al frente granadino. Recuerden que ya había unos 30 jumillanos voluntarios en la guerra. Por suerte, estaba en el pueblo el Bachiller Jumilla, y entre este y el cura de Santiago, Juan Bernal, convencieron al alcalde de Corte para que conmutase el servicio de soldados por un servicio financiero. Y así, cargó a la villa con 350 ducados.

Naturalmente, para uds. un ducado es una abstracción, pero si les digo que una buena casa en Jumilla, por aquellos años costaba 50 o 60 ducados, ya se pueden formar una idea aproximada de lo que suponían esas cifras. De hecho, el ducado era una moneda de cuenta, nadie en Jumilla había visto uno, las monedas usuales eran el maravedí y el real.

Además, el problema fundamental para los alcaldes es que aquellas cantidades había que reunirlas en el acto. Era una situación de guerra, y las tropas y los oficiales del rey vivían sobre el terreno, y eran los concejos los que sufragaban los gastos.

Por tanto, cada día que se tardase en reunir el dinero en el caso anterior, el salario del alcalde de Corte y de sus oficiales corría a cargo del concejo jumillano. Así pues, los tres días que se necesitaron para reunir los 350 ducados supusieron otros 12.000 maravedís en salarios.

Y es que las ordenes que se recibían eran perentorias, su resolución no admitía dilación. En otra ocasión llega a Jumilla de noche un militar de alto rango, D. Luis de Ayala, coronel y maestre de campo del rey, y exige a los alcaldes que le proporcionasen doce arcabuceros como escolta, pues había maltratado a unos moriscos en Albacete, y sospechaba que le iban siguiendo. Iba camino de Murcia y temía que a su paso por el puerto de la Losilla, los moriscos del valle de Ricote le atacasen.

Eran las diez de la noche, y los arcabuceros tenían que estar listos al alba; pues bien, hasta las doce de la noche estarían los alcaldes y el alguacil, buscando los hombres por las casas de Jumilla, prometiendo un buen salario y otros favores hasta conseguir formar la patrulla. Y es que la misión era peligrosa. En el valle de Ricote vivían 2.500 moriscos, que no se habían rebelado, pero ayudaban de muchas formas a sus hermanos granadinos, y hacían que los caminos fueran muy inseguros.

Aquella noche sería inolvidable para los alcaldes. D. Luis de Ayala nos dice que entro en Jumilla a las nueve de la noche por una calle larga, era el mes de noviembre, y no vio a una sola persona hasta que llego al mesón de la plaza de Arriba.El mesonero era Juan Serrano. Y con él envía un mensaje a los alcaldes, “que so pena de la vida fuesen a donde el estaba”. A las 10 de la noche se presentarían los alcaldes, Pedro Tomás y Pedro Abellán, el alguacil mayor, Alonso Herrero, y el escribano del concejo, Dionisio Guardiola, cargado de documentos y recibos, pues ya se imaginaban la bronca que les iba a caer encima.

Y así fue, en efecto, el coronel reñiría con severidad a los alcaldes por el descuido y falta de vigilancia que había en el pueblo. A partir de esa fecha se formarían patrullas nocturnas, ocho o diez hombres con un regidor al frente con tambor y bandera harían la ronda por las calles del pueblo.

Me van a permitir una digresión, aunque eso suponga alargarme un poco y abusar de su paciencia. D. Luis de Ayala se alojaría en el mesón de la plaza de Arriba, y quiero dar unas notas acerca de lo que era un mesón en Jumilla en aquella época. Su nombre real era el de paradores de carros.

D. Luis entró en Jumilla por la actual calle de la Feria, siguió por la Corredera hasta llegar a la plaza de Arriba. Pues bien, el pueblo empezaba entonces en la manzana en que se inserta hoy día el Ayuntamiento, allí la familia Vergara había edificado unas casas que años más tarde venderían al beneficiado Arce, párroco de Santiago, y en cuyo solar fundaría a su costa el hospital del Santo Espíritu, a donde en el siglo XIX se trasladaría el Ayuntamiento. Justo enfrente había un parador de carros enorme, conocemos con exactitud sus dimensiones, nos la dan esos pisos horribles que se construyeron hace pocos años con esas calles y placeta interior que se ha formado. Alrededor del año 1800 el mesón había desaparecido y se dio el solar a unos clérigos hermanos, que sobre el levantaron una gran casona con trazas neoclásicas.

Antes de llegar aquí existían dos ermitas, la de san Sebastián, justo donde estamos ahora, y la del Loreto, donde está la iglesia del Salvador. El terreno que había entre ambas era un ejido, es decir una especie de tierra de nadie, había algunas eras, alguna casa solitaria y mal acabada, allí los vecinos arrojaban escombros e inmundicias. Y aquí, en un punto indeterminado entre las actuales calles de los Pasos y Martín Guardiola estaba el lugar más peligroso y excitante de Jumilla, el mesón de Pedro Orgiles, con sus esclavas negras.

En cuanto a lugares de ocio y encuentro no ha existido en Jumilla nada que se parezca a aquellos mesones. Allí se daban cita todos los carreteros que hacían escala en Jumilla, los mercaderes genoveses que venían a comprar la lana en bruto de los rebaños jumillanos, capitalistas portugueses de origen judío que proporcionaban materia prima y dinero a los tejedores jumillanos para luego llevarse los tejidos confeccionados. También había mercaderes franceses que traían la ropa de vestir y de casa a Jumilla procedente de Holanda y del norte de Francia. Y por supuesto, allí acudían en masa los jumillanos, desde los alcaldes hasta el más humilde alpargatero. Allí se dormía, bebía, comía, se practicaba la prostitución, y se jugaba, se jugaba muchísimo en Jumilla en aquella época: naipes y dados. El ambiente era de camaradería, allí dentro no había clases, alcaldes, mercaderes y capitalistas bebían y jugaban con los carboneros. Los carboneros eran el estrato más bajo de la sociedad jumillana, eran los esparteros de la época, pero siempre tenían dinero para gastar. “Gente perdida” les llamaban oficialmente. 

Seguro que muchas veces, uds. se habrán preguntado viendo los cerros jumillanos con tan pocos árboles, ¿por que  esa deforestación?, y la respuesta es, los carboneros de Jumilla, talando árboles durante siglos. Y eso que desde muy pronto, ya en la época de los Reyes Católicos, se tenía conciencia oficial en Jumilla de este problema, la tala indiscriminada de árboles. Y se hicieron ordenanzas y se prohibió tajantemente esta practica. Pero todo fue inútil, siempre encontraban los carboneros algún regidor comprensivo que les firmaba permisos para talar árboles y hacer carbón.

 Bien, dejemos esta distracción y volvamos al relato que nos ocupa. La derrota morisca era inevitable, y tras ella se dicto la orden de dispersión de los moriscos supervivientes por toda Castilla. Granada sería vaciada de moriscos. D. Juan de Austria, el generalísimo cristiano, que se vio obligado a ejecutar aquella orden, nos dejo un relato que aún sigue estremeciendo, “Hoy ha sido el último envío de ellos –escribe al príncipe de Éboli el 5 de noviembre de 1570—y con la mayor lástima del mundo, porque al tiempo de la salida cargó tanta agua, viento y nieve que cierto se quejaba por el camino a la madre la hija y a la mujer su marido y a la viuda su criatura, y desta suerte, y yo de todos, los saque dos millas mal padeciendo. No se niegue –termina el príncipe vencedor—que ver la despoblación de un reino es la mayor compasión que se puede imaginar. Al fin, señor, esto es hecho”

En 1568 cuando estalla la rebelión eran unos 250.000 los moriscos granadinos. Tras la rebelión sobreviven 150.000, que fueron dispersados por Castilla; el resto, o murieron o lograron fugarse al norte de África. Los dispersos no podían moverse de sus nuevos lugares de residencia. Se les prohibía hablar en árabe, acercarse a la costa y especialmente al reino de Granada. Así que su situación podríamos denominarla de libertad vigilada.

Le cupo a Jumilla algún lote de moriscos dispersados, seguro que si, aunque en pequeño número, no hay rastro de ellos en la documentación. Tan solo en el libro de entierros más antiguo de Santiago se menciona a uno de ellos. Y es que no es lo mismo dispersión que supervivencia, se ha calculado y hay consenso entre los historiadores que de los 150.000 dispersos tan solo llegaron a sus nuevos lugares de residencia y sobrevivieron 60.000.

Después de Granada el centro de atención se desplazó hacia la amplia comunidad morisca de Valencia, donde la amenaza militar del imperio otomano, acentuada por la piratería y por las incursiones costeras, hizo que las autoridades tomaran medidas para desarmar a los moriscos. A partir de entonces, decrecen los intentos de conversión y se intensificó la represión. Las condenas de la Inquisición eran muy duras, galeras y ejecuciones. Todo inútil, por toda España hay pruebas de que la mayoría de los moriscos estaban orgullosos de su religión islámica y que lucharon por preservar su cultura. La represión solo consiguió fortalecer sus separatismo.

Y además, el problema entro en la esfera internacional, todos los enemigos de España entraron en contacto con los moriscos, los protestantes franceses, el propio rey francés Enrique IV en 1602. En 1608 los moriscos valencianos pidieron la ayuda de Marruecos. La amenaza era poderosa y real: “El miedo penetró en el corazón de España”

Así se fue abriendo paso poco a poco la idea de la expulsión. Fue decretada el 4 de abril de 1609, y se llevo a cabo por etapas hasta 1614. Se empezó por los valencianos, en total fueron expulsadas 300.000 personas, era el 4% de la población de España.

Vista en perspectiva, la expulsión presenta todos los síntomas de haber sido inevitable, pero no fue unánime, la medida tuvo muchos detractores. Los economistas avisaron de la catástrofe económica que se avecinaba ,la nobleza valenciana se opuso en bloque, las Cortes no apoyaban,  hasta la Inquisición lo desaconsejaba, en un informe decía,  “Después de más de seiscientos años que en muchos pueblos de España han vivido pocos hemos visto convertidos” y proponían meterlos a todos en Castilla la Vieja en vez de expulsarlos, porque al fin “son españoles como nosotros”

Fue una decisión política tomaba al más alto nivel cuya responsabilidad se achaca al duque de Lerma, el valido de Felipe III. Solamente los intelectuales de entonces y después también, apoyaron abiertamente la expulsión, como escribió uno de

ellos, la expulsión significó la necesaria escisión de una raza enemiga del corazón de España.

El impacto de la medida en algunas áreas fue muy severo, en Valencia y Aragón se dio una hecatombe económica de forma inmediata.

En poco más de un siglo, con el apoyo de la Inquisición, el Estado había realizado una operación radical para extirpar de España a dos de las tres grandes culturas de la península. En 1492, los judíos, y en 1609, los moriscos. La resonancia en Europa sería enorme. El primer ministro francés, el cardenal Richelieu, escribió en sus Memorias que la expulsiones moriscas constituían “el acto más bárbaro de la historia del hombre”

Acerca de la suerte que corrieron los moriscos asentados en Jumilla tras la dispersión de Granada hay que colegir que corrieron la misma suerte  que los demás, aunque no conocemos sus nombres, ni las circunstancias concretas en que fueron expulsados de Jumilla. D. Lorenzo Guardiola en su Historia de Jumilla da algunos datos de tipo político, que nos muestran que el concejo jumillano cumplió las ordenes superiores sobre esta materia, abriendo procesos y diligencias judiciales a los moriscos granadinos que aquí vivían.

El único caso con nombre y apellido lo he documentado yo hace muy poco tiempo, cuando preparaba mi último libro, “Muerte y religiosidad popular en Jumilla durante la época de los Austrias”.Parafraseando el título de una película muy conocida podríamos llamarlo el último moro de Jumilla.

En el año 1610, un morisco de nombre Martín Julián se hallaba preso en la cárcel de Jumilla, el documento que he hallado sobre él, nos dice que es un morisco valenciano, por lo tanto no es uno de los dispersos de Granada asentados en Jumilla. No se dice aquí cual es la causa de su detención, esta se había materializado en la casa de Ana Oliver, viuda del mercader Pedro Cutillas, es la casa que hoy día tiene el número 32 en la calle de la Corredera, seguro que se han fijado uds. en el escudo de armas que campea sobre su fachada. El hecho de que se encontrase en esa casa nos hace pensar que debió ser algún agente comercial o socio de D. Pedro Cutillas, y que su presencia en Jumilla obedecería a algún tipo de negocios pendientes con su viuda o liquidación de salarios. Si no, no se entiende su estancia en Jumilla.

Los moriscos de Valencia estaban obligados a embarcar en el puerto de Denia. Y este morisco estaba aún dentro de los plazos legales de expulsión, hubo embarques de moriscos hasta el año 1614. En suma, que su detención en Jumilla resulta muy sospechosa, no vemos su base legal por ningún lado. Además, el morisco era propietario de un arca, que cuando es detenido, doña Ana Oliver no consiente que se saque de su casa.

Pues bien, el 2 de junio de 1610, le arrancan al infeliz morisco un documento de donación del contenido del arca para Nuestra Señora de la Asunción, el arca contenía un tesoro: dos piezas de lienzo de lino, una pieza de Holanda, cuatro pulseras de oro, unas arras de oro, 60 gramos de oro fino, dos varas de tafetán negro, y mil reales en efectivo, “todo lo qual dexo i fago gracia para onrra de su fiesta i se gaste en ella i no en otra cosa por quanto es su devoción”, declara este infeliz, antes había proclamado solemnemente que “el tiene devoción a nuestra señora de la Asunción questa villa solennica i face fiesta por agosto en cada un año”

Es imposible evitar una sonrisa amarga ante esta retórica jurídica, se expulsaban de España más de 3000.000 personas, porque era imposible integrarlas en la cultura católica, y resulta que el detenido en Jumilla era devoto de Nuestra Señora de la Asunción. Aquel pobre morisco estaba comprando su libertad y su arca le iba a salvar la vida.

Una duda me queda a mi, D. Pedro Cutillas había muerto hacia poco tiempo, ¿se habrían atrevido a detenerlo si él hubiese vivido?, si como parece el morisco era socio suyo, agente o empleado de confianza hasta el extremo de alojarse en su casa en pleno proceso de expulsión de los moriscos. Yo creo, sinceramente que no, D. Pedro Cutillas es uno de los grandes personajes de la época en Jumilla, el único mercader que había en Jumilla. El y su consuegro Antón Pérez de los Cobos eran los amos de Jumilla, la casona de la calle del Rico, que conocemos como casa del barón la hicieron ellos para sus hijos D. Francisco Pérez de los Cobos y Mariana Cutillas y Torres.

Y quien dirían uds. que estaba tras la detención del morisco valenciano, un viejo conocido nuestro, el licenciado D. Benito de la Torre, aquel joven sacerdote que fue a Cartagena a buscar los arcabuces, que vivía, por cierto muy cerca de la casa de los Cutillas, en el actual número 10 de la calle de san Roque, justo enfrente del arco, ahora ya anciano era mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora de la Asunción, y él es quien arranca del morisco la donación de su arca.

Me hago cargo de que este final deje un sabor amargo a muchos de uds., católicos sinceros, estamos hablando de la patrona de Jumilla y de nuestras fiestas más populares y entrañables, y están asociadas a un acto de extremo violencia contra una persona desvalida, que tenía que dejar España, que era su país, pero es que mi misión como historiador no es reconfortarles a uds. en su fe católica, sino darles a conocer etapas y facetas de nuestro pasado con la esperanza de que eso nos permita comprender mejor nuestro presente.

Por mi parte, nada más, les vuelvo a dar las gracias por su presencia y atención.

 Conferencia publicada en la Revista de la Asociación de Moros y Cristianos de Jumilla, año 2006

ASOCIACIÓN MOROS Y CRISTIANOS, SEMANA CULTURAL año 2006

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