CONFERENCIA. El Comendador Diego García de Otazo, alcaide del castillo de Jumilla (1489-1529)

Semana cultural Fiesta de Moros y Cristianos 2017 

CONFERENCIA. El Comendador Diego García de Otazo, alcaide del castillo de Jumilla (1489-1529)

A la memoria del Maestro D. Manuel Alonso Martínez, jumillano egrégio.

INTRODUCCION

El castillo de Jumilla, fortaleza árabe en sus orígenes,  estratégicamente situado en la crestería de un estribo de la sierra del Buey, dominando una confluencia de amplios valles fértiles y la cañada de los ganados trashumantes. Su importancia estratégica viene dada por su ubicación en el valle medio de la rambla del Judío, único paso entonces entre Villena y Cieza, ribereñas del Vinalopó y Segura.(1)

En el siglo XIV, perteneciendo Jumilla a la corona catalano-aragonesa, y convertida en llave de tan importante ruta, pues su posesión era la clave para el dominio de Alicante, se impuso la necesidad de fortificarla, datando de entonces el muro y los elementos defensivos, hoy casi derrocados, que ciñen el recinto de la fortaleza en toda la mitad oriental del frente Norte y el de Levante.

A mediados del siglo XV la villa de Jumilla se inserta en el marquesado de Villena, y el marqués, D. Juan Pacheco, para atender a la seguridad de su dominio territorial mandó labrar nuevas y más robustas fortificaciones sobre el extremo occidental de la cima del cerro.

Una vez acabado el Medievo el castillo de Jumilla pierde toda función militar excepto en contados momentos de crisis nacional, en los cuales vuelve a recobrar su primigenia importancia estratégica. Sin embargo, la sociedad jumillana en los siglos siguientes, (siglos XVI, XVII y XVIII), tiene un carácter muy historicista y el castillo con los grandes sucesos que bajo sus muros se habían dado, así como el recuerdo de los grandes personajes que en ellos habían participado, estará presente siempre en su recuerdo y de ello dejaran amplio testimonio escrito.

El Infante D. Fadrique, el Infante D. Fernando, Andrés Guardiola y Aragón, el comendador Diego García de Otazo, devendrán en personajes míticos siempre presentes en el imaginario popular, aunque sus acciones quedasen muy lejanas y se confundiesen en la bruma de los siglos pasados. Las siguiente paginas van dedicadas a uno de ellos, el comendador Diego García de Otazo, alcaide del castillo jumillano durante cuarenta años, (1489-1529), y en puridad el único a quien podemos llamar alcaide, pues los Infantes son grandes personajes de su época que conquistan Jumilla mas la tenencia del castillo la encomiendan a capitanes de su tropa. Y en cuanto a Andrés Guardiola y Aragón, aquí nos encontramos con una descarada falsificación histórica, pues se trata de un vecino más de Jumilla, a quien sus descendientes, en especial su biznieto el Bachiller Jumilla inventaran una mítica historia, en su afán por ennoblecer su linaje.

El comendador Diego García de Otazo tiene un interés particular, pues en el largo periodo de tiempo que ostenta la alcaidía del castillo de Jumilla, la evolución social y política del reino de Castilla, dará lugar a que pierdan todo sentido las primitivas funciones militares de los alcaides, que vendrán a convertirse en meros administradores de los derechos y atribuciones de los nobles en sus lugares de señorío.

ANTECEDENTES FAMILIARES

El apellido Otazo nos revela una procedencia navarra (2)

, mas su padre Hernando Alonso de Otazo es vecino de Villena. Es posible que no hiciese mucho que se hubiese establecido en tierras levantinas, y esto explicaría que utilizara su lugar de origen como apellido dominante.

Hernando de Otazo es conocido por ser uno de los lideres de la revuelta antijudaica de Villena en el año 1476, que acarreo la matanza de casi toda la comunidad hebrea de Villena. Años más tarde, un testigo de los sucesos narraría el papel de Otazo en los mismos, “fue en ordenar que matasen a los confesos” y se “quedo con muchos bienes de los que robaron a los confesos”.

La familia materna de Diego nos es más conocida. Su madre, Elvira de Montoya, era hija de Miguel Ruiz de Tragacete, alcalde mayor del marquesado de Villena. Elvira se casa con Hernando de Otazo en 1467, pues ese año da carta de pago a sus padres de 200.000 maravedís que había recibido como dote.

Su madre moriría pronto, pues en 1482 su abuela materna, catalina Montoya, otorga testamento en Cuenca, y declara herederos a sus hijos y a su nieto Diego García de Otazo, dada la premoriencia de su hija Elvira. Diego debía contar por entonces con once o doce años de edad a lo sumo.

Es conveniente detenernos en sus abuelos maternos, personajes que estuvieron muy ligados a Jumilla. Miguel Ruiz de Tragacete estudio Derecho en Salamanca y fue corregidor en Bilbao. Más tarde, se incorporaría al círculo de don Juan Pacheco y ya no saldría de su servicio. En 1445 sería nombrado alcalde mayor del marquesado de Villena, y en calidad de tal toma posesión de la villa de Jumilla para su señor el marqués en 1452.Su entrada en Jumilla fue dura, “tomo la posesión del señorio desta villa contra nuestra voluntad”, diría el concejo jumillano. Y su primera medida de gobierno fue apropiarse de una suma de dinero que el concejo tenía destinada para saldar una deuda con su anterior señora, doña María de Quesada, “los tomo para su servicio”. Al año siguiente, 1453, Miguel Ruiz aún continuaba en Jumilla, lo cual podría interpretarse en el sentido de no haberse consolidado por entero el dominio de don Juan Pacheco sobre Jumilla.

Documentamos su presencia en Jumilla a lo largo de los años siguientes en muchas ocasiones. Prueba de estas estancias y de que trabo relaciones sociales con familias jumillanas, la hayamos en el testamento de su esposa catalina de Montoya (18-I-1482). En una de sus mandas deja toda la cantidad necesaria para el rescate de un cautivo jumillano en Granada. Dice así, “Y por que se que un nieto de Pedro Pérez Navarro vecino de Jumilla esta cautivo, mando que de mis bienes sea pagado su rescate”

Esta obra pía denota una amistad profunda con la familia jumillana. Pedro Pérez navarro había sido escribano del concejo jumillano durante muchos años y era un vecino importante. Además, la suma del rescate debía ser muy elevada cuando la familia del infeliz cautivo no podía reunirla.

Miguel Ruiz y Catalina Montoya tuvieron cuatro hijos; dos hembras, Elvira de Montoya, la madre de Diego, y Juana Ruiz de Montoya que se casaría con un vecino de Almansa, Hernando de Alarcón; y dos varones, Juan de Montealegre y Pedro Ruiz de Montealegre. La razón de que los varones utilicen el apellido Montealegre viene dada porque el padre había comprado el señorío de Montealegre en 1453. Y él y su familia se apegaron al lugar viviendo allí o en la cercana Chinchilla.

Miguel Ruiz en 1472 constituirá un mayorazgo sobre Montealegre a favor de su hijo Juan, comendador de Aledo. El otro hermano, Pedro, era clérigo, y desarrollaría una brillante carrera eclesiástica: canónigo de Cuenca, después de Cartagena, provisor, protonotario y chantre de esta última iglesia. Miguel Ruiz de Tragacete tendría un final trágico. En 1476 sería asesinado en Jorquera junto con otros hombres del marqués de Villena.

La personalidad de sus hijos varones resulta extremadamente antipática. Incluso para la mentalidad de la época, acostumbrada a usos y hábitos de extrema violencia, la agresividad de estos hermanos sobrepasa toda norma. Juan de Montealegre responde al arquetipo de “malhechor feudal”, y su hermano el clérigo no le anda a la zaga.

El delito más sonado de Juan sería el secuestro y posterior maltrato del obispo de Cartagena, a quien encerró en la mazmorra del castillo de Aledo. Pedro, el clérigo, estaba cortado por el mismo patrón, y a su violencia congénita unía una moral sexual bastante laxa. Le daba a todo, como se suele decir. En 1494 le detiene la Inquisición por sodomía, aunque también se le acusaba de judaizar. Esto último no era cierto, pero si que vivía con una judía conversa con la cual había tenido varios hijos.

Sin embargo, estos hermanos que eran, sin exagerar, el terror de la ciudad de Murcia estaban muy unidos entre si, así como con el resto de su familia. Y en estos momentos de cárcel y ruina para el clérigo, su hermano Juan con la bolsa bien llena no duda en marchar a Roma, y allí consigue su libertad y que el proceso se traslade a Roma donde sería sobreseído.

Juan de Montealegre tendría dos hijas, Catalina y Francisca de Montealegre. La primera, como primogénita recibiría el mayorazgo de Montealegre y otros bienes raíces, y Francisca un millón de maravedís.

La vida turbulenta de Juan entregado de lleno al delito y a la violencia había tenido un resultado feliz. Montealegre la había heredado de su padre, pero él con buen tino comercial había ido comprando en las villas de los alrededores propiedades muy productivas. Así poseía en Almansa dos molinos, un mesón y una heredad; en Villena, un mesón y un huerto; en Hellin las salinas y cantarería; y en Jumilla unos batanes y una jabonería. Todo este cuerpo de bienes junto con Montealegre le sería dado a su hija mayor en mayorazgo.

DIEGO GARCIA DE OTAZO

Diego debió nacer en 1468 o 1469, quedando huérfano de madre a temprana edad, pues en 1482 entra como heredero de su abuela junto con sus tíos. En el año 1489 obtendrá la alcaidía del castillo de Jumilla. Conocemos las circunstancias que rodean su nombramiento, Diego estaba encuadrado en la hueste del marqués de Villena, don Diego López Pacheco, que había partido al reino moro de Granada para participar en la conquista del último bastión musulman que quedaba en la Península Iberica.

Pues bien, allí, concretamente en Baza, Diego protagonizaría una valerosa acción bélica que le valdría la recompensa del castillo de Jumilla. Además, el marqués solicitaría de los Reyes Católicos un hábito de la orden de Santiago para su vasallo, lo cual era una distinción honorifica muy importante.

Primer rasgo de nuestro personaje, es un hombre de la casa del marqués de Villena, “vive con el”, dicen los documentos; o sea que continua el servicio que había comenzado su abuelo en 1445, y que le había costado la vida en 1476 en Jorquera. Segundo rasgo, es un hombre de armas, la guerra es su oficio , y el carácter violento y pendenciero de sus familiares debía reflejarse, sin duda alguna, en su forma de entender la vida. De hecho, su tío Juan, el comendador de Aledo y señor de Montealegre, no andaba muy lejos. En 1488 obedeciendo ordenes del maestre de Santiago había partido para el frente granadino, y en previsión de que pudiese perder la vida dicta su testamento antes de partir.

Unos años después, Diego contraería matrimonio con María de Cascales, nieta de Juan de Cascales, señor de Fortuna, uniéndose así a una de las principales familias de la capital del reino. María Cascales era biznieta del doctor Alonso Fernández Cascales, que llego a Murcia a finales del siglo XIV.

Fruto de esta alianza matrimonial sería la merced del oficio de regidor de la ciudad de Murcia, por renuncia que en él hizo Juan de Cascales. Diego presentaría la carta de los Reyes católicos al concejo murciano, (sesión 24-III-1498). Y allí encontraría la oposición más rotunda, el concejo murciano responde que Otazo no es vecino ni natural de Murcia, vivía con el marqués de Villena, y era su alcaide en Jumilla que parte términos con esta ciudad. Por tanto lo rechazan y suplican a los reyes revoquen la merced.

Es posible que el recuerdo de los desmanes y fechorías de sus tíos pesasen en el ánimo del concejo murciano, que ahora veía horrorizado al sobrino con su merced de regidor. Otazo reaccionaría inmediatamente, tres días más tarde del portazo sonoro que había recibido se hace vecino de Murcia (sesión 27-II-1498). Y al final, el concejo murciano tendría que dar su brazo a torcer. Unos meses más tarde, (sesión 5-XII-1498),Otazo presenta una nueva provisión real para que el concejo murciano guardase la carta anterior que daba un regimiento de dicha ciudad a Diego García de Otazo.

Diego contaría en ese momento con unos treinta años de edad y puede afirmarse que la vida le sonreía en todos los extremos: una buena boda que le había hecho regidor de la ciudad de Murcia y señor de Fortuna, y detrás de ello la tenencia del castillo de Jumilla. En 1508 recibiría su parte de Fortuna. Se presenta ante el concejo murciano (sesión 9-IX-1508), y allí declara que le han dado en dote el tercio del lugar de Fortuna que era de Murcia, y hacia de censo 4.050 maravedís anuales. Se constituía en censalero por el tercio de esa cantidad.

Acerca de su estancia en Jumilla en los años finales del siglo XV y primeros del siglo XVI nada se sabe, pues carecemos de fuentes documentales sobre dichos años. En cambio, si conocemos bien su etapa final como alcaide, década de 1520-30, gracias a que se conservan las actas capitulares del concejo jumillano.

 Tan solo hay una noticia, un tanto oscura, fechada en el año 1505. Sumergida Castilla en una crisis política tras la llegada de Felipe el Hermoso y su mujer Juana, la hija de los reyes Católicos, que había provocado desavenencias con su suegro y padre el rey Fernando, un agente secreto del rey católico se presenta en Jumilla. Allí se entrevista con Otazo y este le promete que si el rey Fernando se presentase en Jumilla le entregaría en el acto la fortaleza jumillana. Este hecho que nos muestra la importancia estratégica del castillo jumillano, hay que enmarcarlo, insisto en ello, en la crisis política que se da en el reino de castilla tras la muerte de la reina, y que terminaría con la marcha del rey Fernando a sus estados de Aragón. Un hecho llama poderosamente la atención, el marqués de Villena era un fervoroso partidario de Felipe el Hermoso; por lo cual es posible que el comendador Otazo estuviese jugando a un juego muy peligroso con sus contactos y promesas  al enviado del rey Católico.

Fuera de este episodio oscuro y muy peligroso para el alcaide, no se documentan más que hechos cotidianos y ordinarios. Otazo tenía casa en Murcia y en fortuna, pero da la impresión que pasa la mayor parte del tiempo en Jumilla, donde también se ha obrado una casa en el pueblo abandonando la fría e inhóspita torre del homenaje del castillo.

En 1510, (sesión 15-VI-1510), el concejo murciano envía una carta al comendador Otazo para que trajera de Jumilla la escritura de partición de términos de jumilla porque la necesitaban en el pleito que trataba Murcia con Abanilla sobre términos. Cinco días más tarde (sesión 20-VI), Otazo entrega la escritura original escrita en pergamino de cuero.

El concejo de Murcia le ruega que permitan su envió a la Chancillería de Granada como elemento de prueba. Él afirma, por su parte, que se había obligado con el concejo de jumilla a devolver dicha escritura o pagar 3000 doblas. El concejo murciano se hace cargo del compromiso y entrega la escritura al escribano para que la guarde en el archivo. Obligan los propios y rentas de Murcia. Al año siguiente se devolvería la escritura al concejo jumillano, (sesión 22-II-1511).

En estos primeros años del siglo XVI, aunque las funciones del alcaide se van tornando cada vez más en actos políticos y administrativos como representante del marqués de Villena, señor de la villa, el castillo de Jumilla sigue siendo una imponente maquina de guerra. Tiene una guarnición permanente de soldados y en su patio y salas se amontonan infinidad de armas y pertrechos de guerra: catapultas, cañones, armaduras, corazas, ruedas de artillería, piedras de moler, etc.

El último episodio que justifica la presencia de guarnición en el castillo sería la crisis de las Comunidades, que se da en Castilla en 1521. En el mes de septiembre de ese año, el corregidor ordenaba al concejo jumillano dar al alcaide los maravedís que necesitare de la renta de las alcabalas de ese año para pagar a la tropa que el marqués tenía en el castillo.

En la ciudad de Murcia al calor de este conflicto se forman compañías de soldados, (sesión 19-I-1522), y para mandar una de ellas se nombra como capital a un hijo del comendador Otazo, Juan Cascales de Otazo. Diego, por su parte desde su pétrea atalaya jumillana colabora con las autoridades murciana en tener abiertas las rutas entre Murcia y la corte para el paso de los mensajeros reales. Así, el concejo murciano, (sesión 30-X-1522),ordena que se paguen a Diego García de Otazo 1506 maravedís que gasto en los arreos que envió desde Jumilla a Murcia, Ricote y Alcantarilla en tiempos de la Comunidad con carta y cedula que venían de la corte los mensajeros que allí la ciudad tenía.

Precisamente, la crisis de las Comunidades de forma indirecta acarrearía que Otazo tuviese que renunciar a la alcaidía del castillo jumillano. En 1522, el emperador Carlos ordeno por una Pragmática que los regidores no pudiesen ser alcaides de fortalezas señoriales.

El concejo murciano (sesión 16-XII-1522), ordena que en el plazo de la Pragmática mostrase Otazo como se había despedido del marqués. Así lo haría el comendador, (sesión 20-XII-1522), Diego García declara que desde ese día se despide del marqués. El marqués de Villena, por su parte, acepta su renuncia en Escalona el 31 de diciembre de 1522. Un hijo del comendador, Juan de Otazo, se presenta ante el marqués con una carta de su padre suplicando a su señor lo despidiese de la tenencia del castillo jumillano.

No dudaría mucho este alejamiento de Otazo de su señor, el marqués de Villena. A finales del año siguiente, 1523, se haya de nuevo al frente del castillo de Jumilla; aunque hay que advertir que en esta fecha ya se ha despedido a la guarnición, y el alcaide se ve convertido en un mero administrador de los derechos y rentas señoriales del marqués, así como el portavoz de sus mandatos y ordenes al concejo de Jumilla.

Un ejemplo de ello, (sesión 22-XI-1523) del concejo jumillano, el alcaide Otazo daba 150 fanegas de trigo que el marqués presta a la villa para sembrar. Estos préstamos son muy frecuentes y Otazo se encarga de ello y de su cobranza, (sesión 16-X-1524), que se cobre el pan del marqués y se abone al alcaide. Raro era el año que el concejo jumillano no debe recurrir al trigo del marqués, (sesión 14-XII-1524), Otazo da 150 fanegas de trigo a 6 reales la fanega a devolver el 15-VIII-1525.

Las relaciones entre el alcaide y el concejo jumillano cabe calificarlas de cordiales e institucionales, mas el concejo vigila estrechamente al alcaide y no le da ningún trato de favor. Otazo era vecino de Murcia mas tenía casa en Jumilla y otras propiedades; además, era responsable del mantenimiento de los molinos y hornos que su señor tenía en Jumilla, (sesión 13-II-1522), requerimiento al alcaide para que repare el tejado del molino nuevo.

En 1525 el alcaide se enzarzaría con el concejo a causa de un horno de vidrio que quería hacer en la fuente de la Rosa. El concejo, (sesión 3-X-1525), se lo prohíbe terminantemente bajo pena de 50.000 maravedís. Previendo los problemas, el concejo manada a un regidor, Gonzalo Tello, a Murcia a consultar un letrado. En efecto, Otazo volvía a la carga presentando ante el concejo, (sesión 31-X-1525), una provisión del marqués para que el concejo le dejase hacer la casa y horno de vidrio. El concejo no da su brazo a torcer, (sesión 11-XI-1525), otra consulta a un letrado; (sesión 14-I-1526), una nueva consulta, en esta ocasión a un letrado de Hellín. El caso es que el alcaide no pudo hacer del horno, una vez fuera de los muros del castillo Otazo ni siquiera era jumillano y quien mandaba era el concejo.

No era el primer encontronazo que tenían, en 1524, (sesión 11-VI), el concejo notifica al comendador que cerrase las “entradas e salidas” que desde su casa iban a la huerta, so pena de tres reales de plata. Si tenemos en cuenta el crecimiento urbano de Jumilla por estos años y el tenor del acuerdo municipal, hay que colegir que el patio de su casa daba hacia la acequia madre, y con poco margen de error la podemos situar en el trecho de la actual calle de la Feria que va desde la plaza de Abajo hasta la calle del Marchante.

Las últimas noticias que hayamos sobre Diego García de Otazo, alcaide del castillo de Jumilla, nos muestran como se acentua la deriva político-administrativa se sus funciones, otrora militares. En 1526,( Escalona, 22-III), el marqués de Villena hacia merced al concejo de Jumilla de trescientas fanegas de trigo para fundar un pósito de pobres: “Comendador Diego Garcia de Otaço, yo vos mando que de qualquier pan de vuestro cargo de las rentas de los molinos de Jumilla de los años pasados hasta en fin del año de quinientos e veinte e cinco años, deis e pagueis al conçejo, alcaldes y regidores, oficiales y honbres buenos de la mi villa de Jumilla treszientas fanegas de trigo de que yo les hago merced en emienda y remuneracion de los muchos y buenos y leales seruiçios que me han hecho y espero que me haran de aqui adelante e por cargos en que yo les soy.”   

Al año siguiente, 1527, el marqués ordenaba al concejo de Jumilla que se plantasen moreras en su huerta. El alcaide Otazo  quedaba encargado de supervisar la plantación de estos árboles.

El comendador Otazo moriría pronto, en 1529 dicta su testamento en Murcia en casa de su yerno Bernardino de Guzman. Más tarde, uno de sus hijos, Hernando García de Otazo, comparece ante el concejo murciano (sesión 1-XI-1529), y presenta una carta de su Magestad por la que daba facultad a su padre para traspasar su regimiento a uno de sus hijos o a quien quisiere. Además, portaba otra escritura de su padre signada por el escribano Diego López (30-X-1529), renunciando a su favor. Pide su cumplimiento, y el concejo lo acepta. Diego debió morir por estas fechas.

La alcaidía de Otazo llama poderosamente la atención por su larga duración. Cuarenta años al frente del castillo jumillano, es seguro que en ningún tiempo anterior se sucede un alcaide en el castillo tantos años. No es de extrañar que en los siglos posteriores se recordase al comendador Otazo, alcaide del castillo, y se le mencione  en las informaciones de hidalguía en los cuestionarios de preguntas que se les formulaban a los testigos de los solicitantes.

Diego García de Otazo en su larga tenencia del castillo jumillano vería el fortalecimiento del poder real y el encauzamiento de las energías de la turbulenta nobleza, primero hacia la conquista del reino de Granada, y más tarde hacia Europa en función de la política exterior del rey Católico y de su nieto el emperador Carlos.

En los castillos señoriales el mantenimiento de guarniciones va perdiendo cada vez más su razón de ser; el papel militar de los alcaides va cediendo en importancia a su labor de administradores de los diversos derechos y rentas consustanciales al dominio de sus señores sobre talo cual villa.

Diego García de Otazo experimentara en su persona estos vertiginosos cambios. El que había ganado la tenencia del castillo de jumilla por su valor ante los muros de Baza, y que había sido educado para ser un guerrero profesional y un vasallo fiel a su señor, el marqués de Villena, acaba en los últimos años de su vida enseñando a los labriegos jumillanos a plantar moreras en sus predios de la huerta.

HERNANDO DE OTAZO

Su primera mención documental como alcaide del castillo jumillano data del año 1536 (sesión 10-X). Sin embargo, al existir un hueco en las actas capitulares del concejo jumillano, (1528-1536), lo más probable es que sucediese a su padre inmediatamente, tras su muerte en 1529.

Hernando morirá alrededor del año 1562, así se recoge en el acuerdo municipal (sesión 11-XII-1562), por el cual se reconoce al nuevo alcaide Juan Pérez Cobos, por muerte de Hernando de Otazo, caballero de Santiago. Por lo tanto, es otro caso extremo de tenencia del castillo jumillano, más de treinta años, que si los sumamos a los cuarenta de su padre nos dan más de setenta años. No es de extrañar que muchas décadas más tarde, en los años treinta del siglo XVII algunos viejos del pueblo recordaban la figura solemne de Hernando de Otazo con su habito de caballero de Santiago, que tanto les había impresionado en su niñez.

Aun no contando con las actas capitulares del concejo jumillano de unos años (1528-1536), si conocemos algunas noticias de Hernando de Otazo que muestran que ocupa un lugar muy próximo a su señor, el marqués de Villena, y que goza de su entera confianza. Así en 1535, (11-XII), lo hayamos como representante del marqués de Villena en la firma de un documento muy importante. Se trataba de una Concordia entre el cabildo de Cartagena y el marqués de Villena, acerca de la forma de repartirse los frutos decimales que les correspondían a ambos en el estado de Jorquera.

Otra noticia suya, sobre la que no se puede precisar la fecha , pero es sobre estos años treinta, no da una idea del lugar que ocupaba junto al marqués de Villena. Este Grande de España junto con otros nobles firman un memorial para el emperador Carlos, denunciando en él los agravios, que según ellos, recibían de las Chancillerías en sus jurisdicciones. En ese momento estaba en Castilla como gobernadora por Carlos V, la princesa de Portugal. El emperador estaba en Flandes, y hacia allí hubo de partir Hernando de Otazo con el memorial y con instrucciones verbales del marqués de Villena.

Es indudable que estamos hablando de un hombre preparado, con formación suficiente para presentarse ante la corte imperial y esperar ser recibido por el emperador. Para un hombre criado en Jumilla con un horizonte visual dominado por las sierras del Buey, Carche y Santa Ana, verse en gante, Amberes, Bruselas, etc. Con un paisaje y clima tan diferentes a la aridez jumillana, el impacto sicológico debió ser extraordinario, pero el hecho de que confiasen en él, nos muestra que se trataba de un personaje notable.

Acerca de su actuación en el castillo de Jumilla no hay nada remarcable. La evolución que había sufrido el cargo de alcaide bajo el gobierno de su padre se acentua, el castillo está cerrado a cal y canto y en proceso de abandono. Hernando es un fiel administrador de los derechos y rentas de su señor en Jumilla.

Precisamente el caballo de batalla que Hernando tendrá con el concejo de Jumilla vendrá dado por el desplazamiento del pueblo hacia el llano, y el desinteres del concejo por el viejo pueblo apiñado en torno al castillo, la “villeta”, como era conocido. Aquí, los adarves que cercaban el primitivo pueblo se estaban desmoronando, y era obligación legal del concejo su mantenimiento, pues esta muralla, técnicamente no eran parte del castillo, que si debía mantener el marqués, sino una cerca que históricamente había defendido al pueblo de Jumilla.

Así, se lo recordaría el marqués al concejo a través de una Provisión (4-VII-1537), por la cual le ordenaba reparar inmediatamente los adarves de la antigua villa, gastando cada año en su obra 20000 maravedís. Como es natural, para el concejo jumillano agobiado por infinidad de gastos urgentes e inaplazables, su última prioridad era reparar las murallas del pueblo viejo.

De todas formas, cabe insistir en que legalmente el concejo de jumilla estaba obligado a mantener los adarves, aunque hiciesen décadas que ningún vecino moraba en lo alto del cerro del castillo. El concejo lo sabía perfectamente e intenta ganar tiempo, solicita para ello dictámenes jurídicos de letrados de Murcia. Además, envía mensajeros al marqués a suplicar reconsiderase su orden. Lo único que consiguen es que el marqués rebajase el gasto anual de 20000  a 15000  maravedís.

El concejo consigue ganar el año 1538 sin iniciar la obra, pero al año siguiente Hernando de Otazo recrudece la presión sobre el concejo para que este empezase a obrar los adarves, y consigue que ordene a su jurado mayordomo, (sesión 17-IV-1539), que gastase 18000 maravedís en su obra; sin embargo, el trabajo no arrancaría.

 El corregidor se presentaría en Jumilla y en una sesión plenaria con el concejo, (4-X-1539), acuerdan que los 18000 maravedís que se debían haber gastado “en reparos de los adarves de la fortaleza desta dicha villa” se gastasen con otros 15000 maravedís del año 1540 en la primavera-verano de ese año. Se nombra mayordomo de la obra al escribano Diego Hernández.

La obra nunca se iniciaría, el concejo jumillano atendía sus necesidades básicas y nunca quedaba dinero para reparar los adarves. Hernando de Otazo continuara requiriendo periódicamente al concejo jumillano sobre tal cuestión, pero nunca conseguiría que se cumpliese la orden del marqués. Para el concejo jumillano, la vida de la comunidad en lo alto del cerro ya no era más que un recuerdo en boca de los viejos del pueblo, que por estas fechas en su expansión urbana llegaba hasta la calle del Marchante.

Se documentan requerimientos del alcaide en fechas bastante avanzadas, (sesión 24-VI-1548) y (sesión 30-VII-1551), ya habían pasado catorce años desde la orden del marqués, y estos requerimientos eran puramente testimoniales. El concejo estaba preocupado por tener un medico, boticario etc., y no estaba dispuesto a poner un maravedí en la “villeta”.

Fuera del tema de los adarves, la labor de Hernando es rutinaria, suele atender las continuas peticiones de trigo que hace el concejo. Y para ello usa los oficios de su hijo Diego García de Otazo, que lleva el nombre de su abuelo, y a quien está formando para que sea su sucesor natural en la tenencia del castillo.

Así pues, encontramos a Diego yendo continuamente a Escalona, donde solía estar la corte señorial, a gestionar estos negocios, (sesión 15-XII-1538), poder a Diego García de Otazo para que vaya a su señoría a pedir merced del pan. (Sesión 3-I-1539), Diego García ha estado diecisiete días de viaje, gano 68 reales. Trajo provisión para tomar el trigo de los molinos. A devolver del día de San Miguel, a seis reales la fanega.

Estos viajes, que cabe calificar de muy importantes se repiten con frecuencia, y de esta forma, Diego puede jactarse de prestar servicios importantes al concejo jumillano, y al mismo tiempo establece relaciones y anuda lazos en la corte del marqués, con la idea de suceder a su padre en la tenencia del castillo en el futuro, y así continuar la ascensión de la familia Otazo en la sociedad jumillana.

Estos viajes se encadenan, pues más tarde había que ir a llevar el dinero que importaba el trigo. (Sesión 12-XI-1539), Diego García vino de llevar los dineros que faltaban de las 700 fanegas de trigo que la villa debía al marqués, 34250 maravedís. Se ocupo en ello siete días, ganaba cuatro reales por jornada, en total 28 reales. (Sesión 4-XII-1539), se libre a Diego García 85 reales de 17 días que se ocupo en ir a pedir al marqués el trigo de los molinos. 700 fanegas.

En un ámbito personal hay un hecho fundamental que diferencia a Hernando de Otazo de su padre, Diego. A este no cabe considerarlo jumillano, ni de derecho, pues nunca fue vecino de Jumilla, ni de corazón. Su padre era de Villena, y su familia materna procedía del lugar de Tragacete en Cuenca, y desarrollan su vida familiar entre Montealegre y Chinchilla.

Hernando de Otazo, en cambio, si que es un jumillano, aunque todavía no se atreve a ostentar oficios municipales. Ningún precepto legal le impedía entrar en la rueda de hombres principales de Jumilla que se sucedían en el gobierno de la villa, mas la incompatibilidad con su oficio de alcaide era evidente y sus escrúpulos le impedirían ir más lejos.

Sin embargo, cuando el concejo debate algún asunto de particular importancia se requiere su presencia para que de su opinión como vecino particular. Así ocurre en 1540, (sesión 22-VIII), votación sobre la traída del agua de la Fuente del Pino, se trata de un concejo ampliado a otros vecinos importantes de Jumilla que no son oficiales en ese año. Y de entre ellos, Hernando vota si en primer lugar. Un mes más tarde, (sesión 26-IX-1540), el alcaide se persona en el concejo y aclara el sentido de su voto, votaba a favor de los nuevos impuestos como persona particular y vecino de Jumilla, y no como alcaide, pues los alcaides eran francos de tales cargas.

Insisto en que Hernando de Otazo nunca ocuparía cargos públicos en el concejo de Jumilla pero no así su hijo y su nieto. Su hijo, Diego García de Otazo, representa la tercera generación de esta familia en el solar jumillano, y opta por una carrera política en el concejo. En el año 1537-1538 es alcalde; en 1541-1542 es regidor.

Diego, además se ve favorecido por el marqués. Este le nombra alcalde, (sesión 28-XII-1549), por fallecimiento de uno de los alcaldes, Pedro Pérez Navarro, en contra del procedimiento establecido en las Ordenanzas locales para este supuesto. El concejo suplica al marqués retire la Provisión. Sin embargo, en una nueva sesión (1-I-1550), el concejo acata el nombramiento aunque deplora el procedimiento.

Y por supuesto, Diego no tendrá ningún escrúpulo en compatibilizar sus oficios municipales con sustituir a su padre como alcaide del castillo, en caso de ausentarse de la villa o estar enfermo. (Sesión 7-VII-1547), Diego García, teniente de alcaide por Hernando de Otazo, dice que los adarves estaban caidos y que el concejo estaba obligado a repararlos.

En la década de 1550 se da un hecho singular, Otazo sigue siendo alcaide, pero las funciones administrativas que conllevaba tal cargo se desgajan de él, y aparece la figura del mayordomo del marqués, (sesión 9-I-1550), mayordomo del marqués, Luis de Alarcón Fajardo. A partir de este momento, el cargo de alcaide se va a convertir en una simple mención honorifica. La cuestión que suscita la aparición del mayordomo del marqués, dejando de lado lo que supone en cuanto a adaptación a los nuevos tiempos; pues, el marqués necesita un administrador, no un jefe militar, es la siguiente, por que no simultanea Otazo ambas funciones como hasta el momento.

Es posible que la respuesta se encuentre en la conducta particular de Hernando como vecino de Jumilla. El, es un rico hacendado, propietario de una gran cabaña ganadera, (sesión 1-XI-1549), Otazo pide el paraje de la Raja para sus ganados, el concejo le da la Hoya del Carche. Y hay muchos indicios y noticias que nos indican que sus desencuentros con el concejo son constantes, manteniendo él por su parte una actitud provocadora.

El concejo en una sesión plenaria (29-I-1552), recapitula todos los temas abiertos con el alcaide: había hecho un palomar que molestaba mucho a los vecinos, llevaba excesivos derechos en su almazara, problemas con un aljibe y un horno. El concejo acuerda enviar al alcalde Juan Pérez a Murcia a tomar parecer de un letrado. Estuvo cuatro días.

El tema del palomar era sangrante, el concejo se lo había demolido, y Otazo lo había vuelto a reedificar. El concejo llegaría hasta el marqués que respondería de mala gana, (sesión 11-V-1553), “En la petición que dio sobre el palomar de Hernando de Otazo respondió su señoria en las espaldas della que ya en respuesta de la otra le avis escrito al dicho Hernando de Otazo lo mirase de manera que la villa no recibiere tanto dapno y que el hizo lo que podía, que la villa se remediare como le pareciere”

En otras palabras, Otazo no hacia caso ni al concejo ni al marqués. Y estamos hablando de un Grande de España escribiendo a su alcaide sobre un palomar. Hernando perdería la administración de las rentas y derechos del marqués de Villena en Jumilla, mas el ascenso de la familia en estas décadas centrales del siglo XVI se antoja imparable. Ya vimos al hijo ostentando cargos públicos, y ahora empieza a descollar el nieto.

La tenencia del castillo nunca la perdería, en el año 1556, (sesión 28-II), ante los rumores persistentes acerca de la muerte del marqués, el concejo ordena a Diego García de Otazo, teniente de alcaide por su padre, que fuese a la fortaleza y la pusiese en orden y guardia hasta que se confirmase la noticia.

Gines del Castillo era el nombre del nieto de Hernando de Otazo, más adelante discurriremos acerca de este nombre tan sonoro y el abandono del apellido Otazo. Cuando aún era menor de edad ,lo encontramos como enviado del concejo a Murcia a realizar gestiones administrativas, (sesión 29-IX-1549), se libran a Diego García de Otazo, cinco reales porque fue su hijo a Murcia.

A finales de la década 1550-60, ya empiezan a coincidir en el concejo hijo y nieto. El nieto Gines del Castillo es jurado mayordomo en 1557-58, y su padre Diego García es regidor al año siguiente 1558-59; y en su regimiento es nombrado teniente de alcalde, (sesión 11-IX-1558), por ausencia de los alcalde ordinarios. Su padre, Hernando, moriría pronto, en 1562, y no es sustituido por su hijo Diego, que lo más probable es que también hubiese fallecido por estas fechas.

Es imposible que el marqués diese la tenencia del castillo a otro personaje, como así ocurriría con el nombramiento de Juan Pérez Cobos, si Diego García de Otazo estuviese con vida. Su padre y su abuelo habían servido a la casa de Villena durante más de setenta años, y él se había preparado a conciencia para continuar su estela. Que los marqueses de Villena apreciaban la lealtad de esta familia y los servicios prestados, lo prueba el hecho de que enseguida, año 1564, volviese el título de alcaide volviese a la familia.

En efecto, ese año encontramos como alcaide del castillo a Juan de Guevara y Otazo, personaje proveniente de la rama murciana de la familia; primo de Diego, y nieto del fundador del linaje Otazo en Jumilla, el comendador Diego García de Otazo. El otro vástago del linaje en la rama jumillana, Diego del Castillo era alcalde del concejo jumillano en 1563-64, y aún joven velaba armas y esperaba su momento de alzarse con el oficio de alcaide del castillo y mayordomo del marqués de Villena en Jumilla.

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